Mundo ficciónIniciar sesiónGabriel Santibáñez no era un hombre que tolerara ser ignorado, y las cuarenta y siete llamadas sin respuesta eran solo el comienzo de su obsesión.
La oficina en el piso cuarenta y cinco de Torre Santibáñez parecía un campo de batalla después de la tormenta. El escritorio de caoba italiana yacía volcado, con papeles esparcidos por el suelo como hojas muertas después de un huracán. La botella de whisky Macallan de treinta años se había estrellado contra el ventanal, dejando una telaraña de grietas en el cristal que distorsionaba la vista de Monterrey dormida bajo la madrugada. El reloj en la pared marcaba las tres de la mañana con su tic-tac implacable, y cada segundo alimentaba la rabia que consumía a Gabriel desde adentro.
Sus nudillos sangraban donde los había estrellado contra la pared. El dolor era distante, irrelevante, una molestia menor comparada con la furia que hervía en sus venas como ácido corrosivo. Se paseaba de un lado a otro de la oficina destrozada como un animal enjaulado, con su corbata colgando deshecha y su camisa arrugada con manchas de whisky.
Valeria había escapado. Había salido corriendo de su mansión, de su estudio privado, del lugar donde él le había mostrado su obra maestra. Y ahora no respondía. Cuarenta y siete llamadas. Cuarenta y siete veces marcando su número solo para escuchar el timbre interminable que nunca llegaba a conectar.
Gabriel apretó su teléfono con tanta fuerza que la pantalla amenazó con agrietarse. El flashback llegó sin invitación: Valeria parada en medio de su santuario, mirando las fotografías de Victoria con una expresión que Gabriel no había podido descifrar completamente. ¿Horror? ¿Fascinación? ¿Reconocimiento? Había estado tan cerca de besarla, de marcarla como suya, cuando esa maldita llamada interrumpió.
Para cuando Gabriel regresó al estudio después de lidiar con la emergencia fabricada por Rodrigo, la habitación estaba vacía. Valeria se había esfumado como el humo.
Su teléfono vibró. Gabriel lo abrió con una desesperación apenas contenida.
Era un mensaje de texto de un número desconocido. Una foto. Gabriel la amplió con dedos que temblaban ligeramente por la adrenalina.
La imagen mostraba una calle vacía, con luces de neón reflejándose en el pavimento mojado por la lluvia ligera que había caído más temprano. En el centro de la foto, una motocicleta negra tirada de lado, con el metal retorcido brillando bajo las farolas. Había marcas de derrape en el asfalto. Sangre. No mucha, pero suficiente para contar una historia.
El segundo mensaje llegó inmediatamente después: "El paquete fue interceptado. Placas del vehículo salvador: SUV negro, registrado a nombre de Grupo Cortés Enterprises."
Gabriel sintió que algo frío y letal se asentaba en su estómago. Grupo Cortés. Alejandro Cortés.
Su rival más peligroso. El hombre que había estado esperando años por una oportunidad de destruirlo. El único empresario en todo Monterrey con recursos suficientes para desafiar a los Santibáñez.
—¿Cómo se atreven? —susurró Gabriel al aire vacío de su oficina, pero el susurro estaba cargado con veneno suficiente para matar—. ¿Cómo se atreve él?
Marcó otro número, este memorizado hacía años. Sonó dos veces antes de que una voz femenina somnolienta contestara.
—¿Gabriel? Son las tres de la mañana, el bebé acaba de dormirse...
—Necesito que investigues a Valeria Montés —interrumpió Gabriel sin ceremonia, sin disculpa—. Todo. Su pasado, sus conexiones, cada lugar donde ha estado, cada persona con quien ha hablado. TODO.
Isabela se despertó completamente al otro lado de la línea. Gabriel podía escuchar el roce de las sábanas mientras ella se incorporaba en la cama.
—¿La arquitecta? ¿La mujer por la que casi pierdo a mi bebé ayer?
—La misma.
—¿Qué hizo?
Gabriel cerró los ojos, respirando profundamente para controlar la furia que amenazaba con descontrolarse completamente.
—Desapareció. Y creo que está con Alejandro Cortés.
El silencio del otro lado de la línea era tan denso que Gabriel podía sentirlo presionando contra su oído.
—Te lo dije —dijo Isabela finalmente, y su voz se transformó en algo afilado como un cuchillo de carnicero—. Te dije que había algo raro en ella. Pero tú estabas demasiado ocupado mirándole el escote para escucharme.
—Isabela...
—¿La besaste, Gabriel? —preguntó, y había lágrimas en su voz ahora, mezcladas con una rabia que reconocía demasiado bien—. Vi cómo la mirabas. Como si fuera... como si fuera ella.
Gabriel no respondió. No podía. Porque Isabela tenía razón. Había algo en Valeria que le recordaba a Victoria. No solo el color de los ojos mal escondido bajo los lentes de contacto, o la forma de su boca que ninguna cirugía podía cambiar completamente. Era algo más profundo, más esencial. La forma en que inclinaba la cabeza cuando pensaba. El gesto inconsciente de morderse el labio inferior cuando estaba nerviosa.
—Investígala —ordenó Gabriel, terminando la llamada antes de que Isabela pudiera continuar con el interrogatorio.
El amanecer llegó sin piedad, encontrando a Valeria despierta en el penthouse de Alejandro, con su cuerpo exhausto pero su mente incapaz de aquietarse lo suficiente para dormir. Se había quedado parada frente a los ventanales que ocupaban toda la pared del lado este, observando cómo Monterrey despertaba lentamente bajo un cielo que pasaba de negro a índigo a rosa pálido.
Detrás de ella, escuchó pasos descalzos contra el piso de madera. Alejandro apareció a su lado con dos tazas de café humeante, vestido solo con unos pantalones de pijama grises. La luz del amanecer acentuaba la cicatriz en su rostro, haciéndola parecer más profunda, más reciente.
—No dormiste nada —no fue una pregunta.
Valeria tomó la taza que le ofrecía, dejando que el calor le quemara las palmas. El dolor era bienvenido, algo concreto en medio de la irrealidad de las últimas horas.
—No puedo dejar de pensar en Marcus —admitió, y su voz estaba ronca por las lágrimas derramadas en silencio durante la noche—. Murió por mí. Si yo no hubiera...
—No —interrumpió Alejandro con una firmeza que no admitía discusión—. Marcus murió porque Gabriel Santibáñez es un monstruo que no tolera que nadie se interponga en su camino. Tú no lo mataste. Gabriel lo hizo.
Alejandro caminó hacia su escritorio de cristal y sacó una tablet. La desbloqueó y se la extendió a Valeria.
—Marcus me envió esto hace dos días. Lo programó para que llegara automáticamente si pasaba más de veinticuatro horas sin que él cancelara el envío.
Valeria miró la pantalla. Eran fotografías. Marcus, golpeado pero vivo, sujetando un periódico con la fecha de hace tres días. Debajo, había archivos organizados meticulosamente. Evidencia.
—Lo torturaron —continuó Alejandro, y su voz estaba cargada con una emoción contenida que hablaba de un respeto profundo por el hombre muerto—. Querían saber quién eras. Marcus no habló. Ni un nombre. Ni una pista.
Valeria sintió lágrimas nuevas quemando sus ojos. Marcus. Su salvador. Su aliado. Su amigo.
—Me contactó hace un mes —reveló Alejandro, sentándose en el borde del sofá de cuero italiano—. Dijo que estaba trabajando en algo grande. Algo que podría destruir a Gabriel Santibáñez de una vez por todas. Me pidió que te protegiera si algo le pasaba.
—¿Por qué tú? —preguntó Valeria—. ¿Por qué confió en ti?
Alejandro sonrió, pero fue una expresión amarga.
—Porque Gabriel me robó tres proyectos hace ocho años. Diseños que yo había desarrollado durante dos años, contratos que tenía asegurados. Gabriel apareció de la nada con propuestas idénticas, precios más bajos, contactos que yo no tenía. Para cuando me di cuenta de lo que había pasado, ya había perdido todo. Mi empresa casi colapsa. Mi reputación quedó destruida. Me tomó cinco años reconstruir todo desde cero.
Se levantó, caminando hacia la ventana donde Valeria seguía parada.
—Llevo años esperando el momento perfecto para destruirlo. Recopilando evidencia. Construyendo alianzas. Esperando que cometiera un error lo suficientemente grande.
Giró hacia ella, y sus ojos grises capturaron los de Valeria con una intensidad que robaba el aliento.
—Y entonces Marcus me llamó y me habló de ti. De Victoria Santibáñez que había regresado de entre los muertos. De la mujer que Gabriel intentó matar y que ahora estaba lista para vengarse.
Se acercó más, tan cerca que Valeria podía sentir el calor que emanaba de su piel desnuda.
—Trabajemos juntos —propuso—. Tú tienes acceso interno. Conoces sus secretos. Yo tengo recursos, contactos, el músculo financiero que necesitamos para enfrentarlo.
—¿Qué ganas tú con esto? —preguntó Valeria, aunque parte de ella ya conocía la respuesta.
—Venganza —respondió Alejandro sin dudar—. Como tú. Ver a Gabriel Santibáñez destruido, arruinado, pagando por cada vida que ha destruido.
Hizo una pausa, levantando una mano para tocar suavemente el rostro de Valeria.
—Y tal vez... una segunda oportunidad contigo. Sé que es pronto. Sé que acabas de escapar de un infierno y que lo último que quieres es otro hombre complicando tu vida. Pero te he admirado durante años, Victoria. Primero desde lejos en la universidad. Luego con horror cuando te casaste con Gabriel. Ahora con asombro al verte tan fuerte, tan decidida a luchar.
Se inclinó, besando su frente con una ternura que contrastaba brutalmente con la conversación de venganza y destrucción.
—Descansa hoy —dijo suavemente—. Mañana irás a trabajar como si nada hubiera pasado. Como si anoche no te hubieran perseguido con una pistola. Como si Marcus no estuviera muerto. Porque esa es la única forma de ganar este juego.
El teléfono de Valeria vibró en el bolsillo de su pantalón. Lo sacó con unas manos que ya anticipaban malas noticias.
Era un mensaje de Emma, la asistente de Gabriel: "Señorita Montés, el señor Santibáñez solicita verla en su oficina a las 7 AM. Es urgente. PD: Tenga cuidado."
Valeria apenas había procesado el primer mensaje cuando el segundo llegó. Era de un número desconocido. Una fotografía.
Era ella. Saliendo del edificio del penthouse de Alejandro hace menos de una hora, cuando había bajado para tomar aire fresco. El ángulo de la foto sugería que quien la tomó estaba en un vehículo estacionado al otro lado de la calle. Una vigilancia profesional.
El texto debajo de la foto estaba escrito completamente en mayúsculas: "PUTA. SABÍA QUE ERAS UNA MENTIROSA."
Isabela.
Alejandro leyó el mensaje sobre el hombro de Valeria y maldijo en voz baja, una palabra áspera en español que normalmente no usaba.
—Mañana será una guerra —dijo, y su mandíbula se tensó con una determinación que hablaba de batallas pasadas y futuras—. Prepárate.







