La primavera comenzaba a teñir de verde los árboles de Brooklyn, y con ella, la rutina de los cafés del sábado se había instalado como un frágil puente sobre el abismo. Adriano llegaba, puntualísimo, pasaba dos horas con Sophie en el salón, y luego, Charlotte le ofrecía una taza de café. Eran encuentros cortos, educados, cargados de una tensión que ya no era de hostilidad, sino de expectación. Él hablaba de su trabajo, de sus sobrinos, siempre manteniendo una distancia respetuosa. Ella lo escuchaba, observando la paciencia con la que se movía por los confines que ella misma había trazado.Un sábado, sin embargo, fue Fiorella quien apareció en la puerta, con una cesta de panecillos recién horneados y una sonrisa que no invitaba a rechazarla.—Adriano tiene una reunión de emergencia en Boston —anunció—. Me ha enviado como sustituto de lujo. Espero que no te importe, *cara*.Charlotte, aunque sorprendida, la hizo pasar. La verdad era que la energía calmada y maternal de Fiorella empezaba
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