La primera nevada de diciembre cubrió Brooklyn con un manto blanco y silencioso, transformando la ciudad en una postal navideña. Dentro del apartamento de Charlotte, el ambiente era igual de acogedor, pero cargado de una nueva y tierna vulnerabilidad. Su embarazo de casi siete meses era ahora evidente, una redondez firme bajo sus suéteres de lana que ninguno podía ni quería ocultar.
La tregua de los cafés del sábado había evolucionado, por decreto familiar de Fiorella, a una invitación formal para la cena de Nochebuena en la casa de los Rinaldi en Long Island. Charlotte había aceptado, no por obligación, sino porque la idea de pasar la navidad con la energía arrolladora de esa familia, en lugar de en el silencio de su apartamento, le resultaba profundamente reconfortante. Adriano fue a buscarlas personalmente. Al verla abrir la puerta, con un vestido burdeos que acentuaba su curves de embarazada, se le cortó la respiración.
—Estás… radiante —logró decir, su voz un poco ronca.
—Gracia