El motor del Lamborghini rugió, haciendo vibrar los cristales de la farmacia mientras Félix arrancaba con una suavidad que desmentía la velocidad. Yo me hundí en el asiento de cuero, aferrando la pequeña caja de la píldora en mi regazo, sintiendo que acababa de pasar la mayor humillación pública de mi vida. Luca, a mi derecha, sonreía como un idiota que acababa de ganar la lotería.—Seis cajas, Luca —dije, con la voz ronca de pura vergüenza—. ¿Estás loco? ¿Qué va a pensar esa pobre mujer?—Pensará que Luca y su curvy están muy enamorados y son muy, muy activos. —Se rio él, dándome un beso rápido y descuidado en la sien—. Además, es una declaración de intenciones. No volveremos a pasar por esto. La protección será la regla de ahora en adelante. Una regla que nos vamos a divertir mucho, muchísimo, rompiendo y reponiendo.Félix, al volante, nos miró por el espejo retrovisor, su rostro mostrando una seriedad controlada que pronto se rompió por una ligera, muy ligera, sonrisa.—¿Seis cajas
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