Valentina se quedó sola en el baño, tambaleándose, viendo cómo su sangre se mezclaba con el agua sucia en el desagüe. Había ganado. Por poco. Pero había ganado.Mientras Valentina sangraba en una celda, afuera, bajo los flashes de las cámaras, Nicolás Valente interpretaba el papel de su vida.Estaba a cargo de las exequias de Beatriz. Vestido de luto riguroso, con gafas oscuras, recibía las condolencias de la alta sociedad. En público, era el viudo devastado. En privado, era el titiritero.Más tarde, en su despacho, se reunió con Galiano.—Quiero que la defensa de Valentina se centre en la "pasión criminal" —ordenó Nicolás, sirviéndose un whisky sin ofrecerle al abogado—. Que se vea que la esclava estaba tan obsesionada conmigo, tan celosa, que perdió la razón.—Eso es arriesgado, señor Valente —advirtió Galiano—. La pasión puede llevar a la absolución por enajenación mental transitoria. Podrían mandarla a un psiquiátrico y soltarla en dos años.—No, si el jurado está bien educado —di
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