Armyn entró en la habitación con pasos lentos, medidos, casi solemnes.El aire estaba cargado, denso, como si la misma luna observara desde lo alto con el aliento contenido.La penumbra bañaba las paredes de piedra y los tapices se mecían apenas con el viento que se colaba por la ventana entreabierta.En el centro, sobre la cama cubierta por sábanas blancas, yacía él: el Alfa.Su piel, antes tan firme y llena de vida, ahora parecía mármol pálido; sus labios, resecos y agrietados, exhalaban un hilo de aliento casi invisible.Armyn lo miró, y en ese instante, algo dentro de ella se quebró y ardió a la vez. Sentirlo tan frágil, tan vulnerable, hizo que su corazón latiera con fuerza, como si su alma entera recordara el amor que intentaba negar.Su mirada se nubló un segundo, y entonces su lobo interior, su otra mitad salvaje, aulló desde lo profundo.—Aún lo amas, Astrea —susurró su voz interior, grave, casi dolorosa—. ¿Por qué no puedes romper el lazo? Olvidas que él nos rechazó. Nos humi
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