De omega abandonada a reina Alfa
De omega abandonada a reina Alfa
Por: Luna Ro
Capítulo: Mi Alfa tiene otra

“Mi pareja destinada me odia.”

Me lo repito todos los días, como si fuera un mantra, como si repetirlo pudiera hacerme más fuerte o pudiera anestesiar el dolor que me consume.

Soy una simple omega, nada más que eso, una criatura frágil, nacida sin privilegios, sin manada que me reclamara como suya. Nadie hubiera apostado por mí, nadie hubiera creído que lograría sobrevivir.

De no haber sido por el viejo Alfa de la manada Roca Fuego, yo ya estaría muerta. Él me encontró siendo apenas una bebé, perdida en medio del bosque, rodeada de las criaturas más temidas de nuestra especie: los hibrimorfos; Monstruos que no son lobos, ni humanos, ni bestias reconocibles. Son todo eso a la vez y nada al mismo tiempo.

Dicen que pueden cambiar de forma a voluntad, que son capaces de imitar el cuerpo de un hombre, el pelaje de un lobo, o la garra de un animal salvaje. Y también dicen que basta una sola de sus mordidas para arrancarte la vida en segundos. Yo era apenas un infante indefenso cuando esas bestias me rodearon.

El Alfa Diagon, líder de Roca Fuego, llegó a tiempo y me salvó. Pero aquel rescate tuvo un precio muy alto. Su salud se quebró desde entonces, como si la energía vital que me regaló para salvarme hubiera drenado parte de su propia vida.

Muchos lo murmuraban: “Fue culpa de esa bebé huérfana. Desde que la trajo, la vida del Alfa se consumió como fuego en la noche.”

Yo crecí escuchando esas palabras en los pasillos, susurros que intentaban enterrarme en la culpa.

Aun así, Diagon me cuidó como si fuera su hija. Me educó en la disciplina de la manada, me dio un lugar, un nombre, un hogar. Y antes de morir, cuando ya la enfermedad lo tenía vencido, dejó escrito en su testamento un mandato inquebrantable: cuando cumpliera dieciocho años, yo debía convertirme en la Luna de su hijo, el futuro Alfa. Solo así, decía, su alma podría descansar en paz junto a la Diosa Luna.

Y así fue. El día que mi destino quedó sellado, me uní al Alfa Riven como su Luna. Pero la dicha que esperaba nunca llegó. Ni siquiera en la noche de bodas, cuando debía marcarme, me aceptó. Esa misma noche me rechazó. Se marchó a la guerra, sin aparearse conmigo, sin mirarme siquiera como si yo valiera nada.

Aquel gesto fue más cruel que cualquier mordida de hibrimorfo. Fue la humillación de mi vida.

El Alfa de la manada, mi pareja destinada, el hombre que debía protegerme y amarme, me había despreciado delante de todos. Desde entonces, vivo con un temor constante: el miedo de que, al volver de la guerra, él me convierta en lo que más temo… una Luna rechazada”

***

Los pensamientos de Armyn se desvanecieron cuando escuchó a una sirvienta gritar con emoción:

—¡El Alfa y el ejército rojo están llegando!

El corazón de Armyn dio un vuelco. Una mezcla de miedo e ilusión le recorrió las venas como fuego líquido.

Podía sentirlo. Ese vínculo latía en lo más profundo de su ser, como si de verdad ese hombre arrogante, frío y despiadado fuera su mate.

Pero también recordaba lo que siempre le habían dicho:

“Nunca despertarás a tu loba. Eres demasiado débil. Tu espíritu no maduró como debía. Una omega como tú jamás tendrá un verdadero lobo interior.”

Aun así, corrió. Corrió hacia el patio principal del palacio, con los pulmones ardiendo y las piernas temblando.

El estruendo de cascos de caballos y ruedas de carruajes se escuchaba cada vez más cerca, anunciando la llegada del Alfa.

Junto a él debía venir su hermano menor, Draker, el futuro Beta. Tenía la misma edad que Armyn, dieciocho años recién cumplidos. Era joven, risueño, y lo habían enviado a la guerra para aprender bajo la sombra de su hermano mayor.

Cuando los portones se abrieron, Armyn contuvo el aliento.

Primero lo vio en su forma lobuna: imponente, negro como la medianoche, con los ojos rojos brillando como brasas.

Luego, con la naturalidad de un dios, cambió a su forma humana. Y allí estaba él: Riven, el Alfa, tan atractivo que incluso el aire pareció rendirse a su presencia.

Su madre, la antigua Luna Phoebe, corrió a recibirlo.

—¡Alfa, hijo querido, bienvenido a casa! —exclamó, abrazándolo con lágrimas en los ojos.

Pero la sorpresa vino después.

De uno de los carruajes descendió una mujer desconocida.

Sus pasos eran elegantes, su mirada altiva, pero lo que más impactó a todos fue lo imposible de ignorar: su vientre abultado, redondo, revelando el cachorro que llevaba dentro.

El corazón de Armyn se quebró. Sintió que su mundo entero se tambaleaba. Bajó la mirada para que nadie viera el dolor en sus ojos.

—Madre —dijo Riven con voz tensa—, debemos hablar.

—¿Y tu hermano? —preguntó la Luna Phoebe, preocupada.

El Alfa tragó saliva.

Armyn lo miró fugazmente y comprendió al instante. Había tristeza en su expresión, una que nunca había visto en él.

El silencio se volvió insoportable hasta que, tras encerrarse en el salón con su madre, se escuchó el desgarrador grito de una mujer que había perdido a un hijo.

Draker estaba muerto.

Los hibrimorfos lo habían devorado en batalla. Ni siquiera pudieron traer de vuelta su cuerpo.

La noticia sacudió a toda la manada como un relámpago.

El dolor era insoportable.

Cuando Phoebe y Riven salieron del salón, la madre, con los ojos rojos de tanto llorar, abrazó a la mujer embarazada.

—¡Oh, querida hija, bienvenida a la familia! ¡Informen a todos que por fin tendremos un heredero! ¡El Alfa tendrá un cachorro real!

Armyn se puso de pie, incrédula, con los ojos abiertos de par en par.

La voz de la antigua Luna retumbaba en sus oídos como una sentencia de muerte. No pudo más. Dio un paso atrás, luego otro, y finalmente se dio la vuelta para huir.

Pero Riven la detuvo con su voz, grave y firme:

—¡Detente, Armyn! —ordenó, y sus palabras fueron como cadenas atadas a su pecho—. Felicita a Tena. Ella llevará en su vientre el cachorro que una omega débil como tú jamás podría darme.

Armyn mordió sus labios hasta sangrar para no llorar.

Su corazón se partía, pero aun así sonrió, una sonrisa rota, llena de dolor.

—Felicidades, Luna… —murmuró con voz trémula—. Y por favor, Alfa Riven… recháceme. Acabemos con esta farsa. No quiero ser más tu Luna.

Riven se quedó helado. Nadie en la sala esperaba escuchar esas palabras de la boca de Armyn.

El silencio que siguió fue más cruel que cualquier grito.

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