El aliento se me atasca en el pecho, un nudo frío y duro. La frase de Lucien, pronunciada con esa calma letal, no es una amenaza vacía; era la sentencia de mis acciones. La visión de mi hermana y sobrinos, inertes y fríos por mi culpa, por mi desesperada y estúpida huida, borra de inmediato cualquier rastro de ira o desafío. Solo queda la bestia acorralada.Las lágrimas brotaron sin control, calientes y espesas, nublando la imagen glacial de Lucien. Mis ojos se dirigen a mis manos, aún sujetas por la abrazadera de plástico que me corta la circulación, un símbolo irónico de mi impotencia.Intento hablar, pero solo sale un quejido roto, un sonido animal que me enerva hasta la médula.Lucien me observa. Su expresión no se ablanda; en realidad, parece esperar mi colapso, como un científico observando una reacción química. La indiferencia en sus ojos, justo después de pronunciar algo tan monstruoso, es lo que finalmente me da la fuerza para encontrar mi voz en medio de la histeria.—¡No! —
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