La noche ha caído con el peso silencioso de una sentencia, y yo estoy, por extraño que parezca, acostada en una cama. Las sábanas de hilo fino, la almohada de plumas y la oscuridad opulenta de mi jaula. Todo es un contraste brutal con el estado patético en el que había estado horas antes.
Después del incidente del sótano, me había retirado a mi habitación como un animal herido a su madriguera. Mi primer acto fue la purificación. Una ducha larga, hirviendo, con la esperanza de que el agua arrastrara el pánico y la sensación pegajosa y horrible de las telarañas. Froté mi cabello, mi cuello y mis brazos con una intensidad casi dolorosa, buscando borrar el recuerdo táctil de esa histeria.
Salí del baño sintiéndome limpia, pero no restaurada. Me puse mi pijama: un par de pantalones de algodón suaves y una camiseta de tirantes que encontré entre la ropa y, por un instante, me siento ligera.
Es viernes por la noche, y es ridículamente temprano. Si todo siguiera igual, a esta hora estaría pon