Me quedo quieta un instante, sintiendo el aire espeso y rojo de la cabina. Puedo oler el whisky caro, el humo de su cigarrillo y el jazmín que él ha arrastrado desde el baño de la mañana. Me obligo a pensar y a calmarme. ¿Qué pretende este hombre? Quiere verme rota. Quiere que mis movimientos sean los de una esclava forzada, que mis ojos reflejen la vergüenza y que mi cuerpo se retuerza en una súplica silenciosa.
Quiere aplastar mi orgullo.
—No te daré ese gusto —murmuro tan bajo que solo el demonio dentro de mí puede escucharlo.
Mi barbilla se levanta, no por arrogancia, sino por desesperación. Si voy a bailar, no lo haré como una víctima. Lo voy a hacer como la Blair que él se esfuerza y empeña en destruir.
Me deslizo por el lugar y tomo aire de manera profunda. El ritmo sensual y pegadizo de la música de deep house de la cabina vibra a través del suelo alfombrado, entrando en la planta de mis pies.
Me quito el corsé. El crujido de la tela al soltarse fue un acto de liberación y de