Estoy tan cerca que la desesperación de mis pulmones se transforma en una punzada de esperanza pura y ardiente. El miedo no me ha salvado, pero la rabia sí. Me había impulsado a través de los setos, los macizos de flores y el césped irregular del vasto jardín de Lucien.
Mis pies están destrozados. Sin mis tacones, mis plantas desnudas son un mapa de cortes, rasguños y pequeños guijarros incrustados. Siento el dolor como una descarga constante y punzante, pero no me importa. Es un dolor limpio, honesto, el precio de la libertad, y lo prefiero mil veces al dominio y al juego sucio donde me ha llevado Lucien. Mis piernas son pura fibra y agotamiento; mis músculos arden y cada zancada es un esfuerzo agónico, y el aire que entra a mis pulmones es insuficiente, helado y denso, amenazando con hacer estallar mi pecho.
El ruido de la fiesta se ha desvanecido hasta convertirse en un zumbido distante, un sonido irreal de un mundo de lujo e ilegalidad que está a punto de dejar atrás. Solo queda e