El beso creció como una tormenta que no sabía de dónde venía, solo que ya era imposible contenerla. No hubo suavidad, sino urgencia; no ternura, sino algo más oscuro, más instintivo. No sabía si era deseo, rabia o simple rendición, solo que, por un instante, dejar de resistirme se sintió inevitable.Intenté resistirme, lo juro. Pero cada intento se disolvía apenas sentía su boca moverse contra la mía, reclamando, exigiendo. No había razón ni lógica en ese instante, solo el pulso acelerado, el sonido de mi propia respiración y el calor que me envolvía.Y, aun así, entre todo eso, el pensamiento me atravesó como una herida: ¿en qué momento había dejado de odiar tanto esa cercanía?Era como si una corriente invisible me arrastrara sin que pudiera resistirme. Mi cuerpo respondía sin permiso, reclamando cada roce, cada suspiro que él provocaba, y yo luchaba contra esa sensación que iba en contra de todo lo que me dictaba mi razón.Dean tenía algo —algo peligroso— que me mantenía hipnotizad
Leer más