Capítulo 5

Masticaba los trocitos de papaya cortada. No desperdiciaría el desayuno. Inclusive, tras el rechazo continuo de mi esposo. Su furia, lejos de disiparse, incrementó.

De nuevo, se fue molesto a trabajar.

Mientras revolvía el café con leche, noté una anomalía: no escuché la puerta cerrarse ni tampoco el motor del coche encenderse. Coloqué la taza sobre la encimera yendo directo al pasillo. 

La puerta: entreabierta, dos figuras masculinas bloqueando la luz de la mañana.

Asomé la cabeza. Mi mente tardó un segundo en asimilar el cuadro. Nicolás estaba plantado en el marco, frente a él, el hermano de Lucía.

Ambos hombres notaron mi presencia a la vez.

—¿Alejandro?— mi voz salió un poco aguda.

—Buenos días, Isabela. ¿Descansó bien?

Tragué en seco, no pude evitar mirar a Nicolás. Parecía bastante tenso.

Le respondí amable.—Sí, gracias. ¿Y usted?

—De maravilla. —Metió la mano en su bolsillo —. Vine a traerle esto.

Extendió algo hacia mi dirección. En la palma, relucían las llaves de mi auto.

Insegura, las tomé. El roce de nuestras pieles fue breve, mi mano sintió su temperatura por el segundo exacto que duró el contacto.

Detrás de él, aparcado, vi mi coche.

—No debió molestarse, Alejandro—aseguré, sintiéndome infantil bajo la mirada asesina de mi esposo.

—Lucía me contó lo que sucedió ayer. Esto no es nada Isabela. Le debo la vida de mi hermana.

—Fue un acto que... cualquier persona habría hecho ¿Ella ya está más tranquila?

Sus labios se curvaron, noté que un hoyuelo marcó su mejilla levemente. — Sí, empezará terapia pronto.

Sonreí contenta por esa gran noticia. Nicolás, recuperando el control de la situación, interrumpió. Su irritación se había esfumado, reemplazada por la elocuencia de su personaje público.

—Ah... con que usted es el hermano de la chica que mi esposa ayudó. —Nicolás le tendió la mano, haciendo una breve presentación.

—Correcto. Nos mudamos aquí ayer. —Alejandro aceptó el gesto.

Observé el formal apretón, preguntándome qué demonios había pasado antes de que yo llegara.

—Debió ser un suplicio venir hasta aquí a traer el coche. — El comentario lastimero, salió de Nicolás.

—Para nada. Quería agradecer personalmente.— Replicó el vecino.

Mi marido ofreció una sonrisa, que no alcanzó a sus ojos.

—Bueno amor, llegaré tarde al trabajo— anunció posando de la nada, la atención en mí.

Lo que no esperaba, fue lo que hizo a continuación.

Se inclinó chocando nuestros labios. Fue un beso voraz, un exceso de pasión que no marcaba su despedida; marcaba su territorio. Literalmente, metió la lengua hasta mi garganta.

—Estoy ansioso por volver a casa, preciosa.

Traté de disimular mi absoluto desconcierto. Sonreí afirmándole.

Vi de reojo a Alejandro. Él permanecía de pie en el mismo lugar, el impacto verbal de la escena borrado por una expresión de neutralidad absoluta.

—Bien, no les quito más tiempo. Permiso. Tengan buen día.

Dio media vuelta. Emprendió rumbo a su casa.

—Igualmente oficial. Buen servicio —le gritó Nicolás con sorna, acto seguido, tomó su vehículo y partió.

Apoyé la espalda en la madera, al cerrar. Juro que estuve aguantando la respiración. El encuentro fue tan incómodo, que llegué a percibir la testosterona de pavo real inflado, de Nicolás. Dejó su molestia por la multa y el rescate, de lado.

Pasé toda la mañana inmersa en las proyecciones financieras. El diagnóstico fue: Terrible. Había una inflación de precios absurda, un despilfarro inexplicable en suministros y licencias. Quienquiera que estuviera manejando las finanzas antes, lo había hecho con una negligencia criminal. No tenía la información a detalle de la empresa, pero el dinero se estaba yendo por un agujero negro. El proyecto de construcción no podía funcionar bajo esas condiciones.

Llamé a mi jefa.

—Lo encontraste, ¿verdad? —Clara, no intentó ocultar su satisfacción.

—Sí. La falla está en el diagnóstico inicial y la inflación de costes. Es un desastre, Clara. Necesitaré varios días, pero ya tengo la estructura para la nueva propuesta.

—Maravilloso, no me equivocaba contigo. Ese ojo tuyo vale oro. Esperaré tus actualizaciones.

Era casi medio día. Me encontraba de un humor estupendo. Lucía compartió un par de mensajes sobre sus clases y profesores. Es una chica superdivertida y brillante. Nada quitaba mi satisfacción de haberla ayudado un poquito. Además, Alejandro me ahorró una mañana entera de trámites, multas y papeleo burocrático, gracias a eso, pude adelantar bastante el trabajo.

Sin mencionar que Nicolás se marchó en buenos términos conmigo. Decidí hacer algo por él. Últimamente, no ha comido bien. En los primeros años de casados, yo solía llevarle almuerzo a la oficina de vez en cuando. Desde que se volvió gerente de proyectos, no lo volví a hacer.

Preparé un almuerzo, rico en proteínas. 

Tarareando una canción que se me quedó pegada, puse en marcha mi coche. Durante el camino, aproveché para hacerle una llamadita a mi mamá.

Hola, mami. ¿Cómo están? —saludé activando el altavoz.

Mi vida, estamos bien. Trabajando. — contestó dulce, desde el otro lado de la línea.

Hablamos sobre mi padre, mis animales: los loros Paco y Lola, los terneros, la gata Canela. Todos estaban bien.

Deberían venir un día de estos. A tocar pasto. El campo es vida. Nico necesita descansar.

—Está muy ocupado, muchas responsabilidades, mami...

La verdad era que a Nicolás no le gustaba el campo, el olor a tierra, la sencillez de mi familia. Pese a que todos lo adoraban en mi casa. Fue doloroso darme cuenta de ello.

Apreté mis manos en el volante. No quería sobre pensar.

Ay, mi niña entiendo.

—Voy a ver si convenzo a Nicolás de ir algún fin de semana. —Giré el coche en la siguiente intersección. —Ya hace mucho que no vamos.

Mi madre se despidió con —Dios te bendiga, mi amor. Saludos a Nicolás.

Llegué al imponente edificio de la constructora Deval. 

Carlos, el guardia de seguridad, saludó, conversamos un poco acerca de sus hijos y su señora.

Páramos de chismorrear prometiendo tomarnos un cafecito a la próxima. Si no me apuraba la comida terminaría fría.

Como era la hora de descanso. El lugar estaba solitario y casi no se veían trabajadores. El ascensor se detuvo en la planta 8. El área de asistencia administrativa, también se encontraba despejada.

Llegué a la oficina de Nicolás. No me molesté en llamar, después de todo, soy su esposa. A esta hora debe estar concentrado trabajando extra. Su coche lo vi en el parqueadero, el guardia dijo que no había salido, eso quiere decir que no fue a almorzar.

Abrí despacio. Agarrando el pomo de la puerta.

Algunos sonidos llegaron a mis oídos, risitas, susurros...

El impacto de lo que vi, fue visceral.

Valeria, su asistente, una morena despampanante, con la ropa desarreglada y el cabello enredado, sobre el escritorio de Nicolás. Él, por su parte, entre sus piernas, la camisa desabrochada, su postura dominante y una expresión de absoluto placer en el rostro. Las manos de él, recorrían las caderas de ella, en lo que la empotraba salvajemente.

Valeria soltó un jadeo ahogado en el momento que percibió mi presencia, empujando a Nicolás para cubrirse rápidamente el pecho.

—¡Isabela! —exclamó Nicolás, sus ojos abriéndose aterrados.

Mi garganta estaba tan cerrada que apenas podía respirar. Dejé caer la bolsa con el almuerzo al suelo. El recipiente rebotó en la alfombra, esparciendo la comida cuidadosamente preparada, una mancha de color en el gris impoluto. 

Retrocedí un paso.

—¿Qué haces aquí Isa...? — intentó decir él, avanzando hacia mí.

Trataba de abrocharse el pantalón apresuradamente. El bulto evidente de su erección no podía disimularse.

Negué, incapaz de oírle. Mis pies comenzaron a moverse por sí solos, llevándome fuera de la oficina y de ese edificio. Corrí. Quería salir de ese lugar, quería salir de mi piel.  

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