Domingo: 14:12Apagué el motor de mi coche.Permanecí sentada un minuto, analizando la fachada de la casa que una vez fue mi hogar. La separación había ayudado a darme cuenta de que mi vínculo con Nicolás no era amor, sino costumbre, una ideología de vida a la que estaba aferrada por miedo. Un hábito tóxico. La noche con Alejandro había destrozado esa mentira. Esta vez, estaba terriblemente consciente de mis propios sentimientos.Agarré el sobre de manila del asiento del copiloto y salí. Abrí la puerta, aún conservaba la llave. Nicolás salió del salón, deteniéndose al verme. Vestía ropa deportiva.Su rostro, inicialmente tenso, se suavizó en un alivio cauteloso.—Qué bueno verte, Isabela.—Hola, Nicolás —saludé formal, bloqueando cualquier acercamiento. —Esto va a ser, bastante rápido. Hablemos.Asintió, ambos fuimos a la sala. Él se sentó en el sofá de cuero; yo tomé el sillón de enfrente, poniendo distancia física entre nosotros. Dejé la carpeta sobre la mesa de café, deslizándola
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