LauraLa noche pasó lenta; aunque Gabriel durmió tranquilo hasta la mañana, con frecuencia me levanté de la cama a revisar su cuna. Sabía que no había ningún problema con él, pero era la excusa para ocupar mi mente en algo distinto a las mil preguntas que me rondaban desde que Antonio avisó que iría a verme por un asunto importante.El sol se coló a través de las cortinas en la pequeña habitación, bañando con su luz la cuna de Gabriel, y sonreí porque, visto así, parecía un halo divino que iluminaba a mi pequeño ángel. Me levanté y fui al baño a prepararme para el nuevo día hasta que el bebé lloró, reclamando atención. Tras asearlo y alimentarlo, lo acomodé en su cochecito y salimos al comedor.Saludé a las chicas y tomé asiento en una mesa junto a Anny, cuando ella me hizo un montón de señas con su mano.—Ay, cómo amanece el hombrecito de la casa —le dijo ella al bebé; yo reí, y añadió con voz graciosa—. Shi, ese es el único hombre que vale la pena.—Anny —repliqué entre risas, y mor
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