La puerta se cerró y ellos desaparecieron al interior de la oficina. Me quedé de pie en el corredor, con el equipaje de Laura en la mano. Sabía que era una entrevista de rutina que debía manejar sola; sin embargo, me sentí ansioso. Quería protegerla y tenía claro que Santa Mónica era la mejor opción en ese momento. Aun así, no podía quedarme quieto.Quién sabe cuánto tiempo estuve ahí parado, contemplando esa puerta de color miel, hasta que Mariela habló, con cierta intriga en la voz:—Doctor Guzmán, disculpe que lo diga, pero… Sí es más que una simple clienta para usted, ¿cierto?No respondí, pero sus palabras resonaron en mi pecho junto a las de Andrea:“Ella no será la única que acabe destruida”.Me senté en la hilera de sillas junto a una ventana. Intenté concentrarme en el paisaje verdoso que se extendía más allá del cristal, sin éxito. Cuando eso falló, comencé a revisar algunos documentos en el celular, solo para sentir algo de control. No obstante, mi vista volvía a esa puerta
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