La mañana cálida, casi sofocante, con un sol arrogante que se colaba entre los ventanales del edificio Dávila, proyectando rayos dorados sobre los pisos de mármol como lenguas de fuego. El cielo estaba limpio, pero el aire cargado. Como si la ciudad respirara algo más que calor… como si se anticipara a una tensión que aún no tenía forma.Jimena llegó puntual, como siempre.Sus tacones resonaban en el mármol como latidos disciplinados. Vestía un traje negro entallado que abrazaba su figura con autoridad, una blusa blanca ligeramente abierta en el escote —solo dos botones, lo justo para no parecer rígida pero tampoco vulnerable—, su cabello corto lacio y su rostro maquillado con precisión quirúrgica.Por fuera, imponente. Por dentro, una tormenta.Aún no superaba el descaro de Tiago.No se trataba solo de su ausencia el día anterior. Era la forma en que la ignoró después. Ni una palabra, ni una disculpa, ni una excusa. El silencio fue absoluto… y por eso mismo, insoportable.Jimena no d
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