Seis meses. En la vorágine de Miami, seis meses son un parpadeo, una fusión o una bancarrota. En Barbados, sin embargo, seis meses se sintieron como una vida entera, un capullo donde Alexander y yo nos despojamos de las pieles viejas, manchadas de ceniza y traición.El sol en Miami te quema; aquí, en el Caribe, te abraza. Al principio, la luz me asustaba. Estaba acostumbrada a la sombra del anonimato y al frío de las paredes de mi consultorio. Pero Alexander me sacó de la villa casi de inmediato, forzando la interacción con la vida.—No has huido, Camila —me dijo una mañana mientras el viento jugaba con las sábanas de lino que se secaban en el porche—. Has hecho una retirada estratégica. Pero la estrategia más importante es curarte a ti misma.Me reí, incrédula. —¿Y quién te va a curar a ti, Alexander Blackwood? ¿El hombre que perdió su imperio, su nombre y, por un tiempo, su mente?Él no se inmutó. Su mirada, que antes era una muralla, ahora era un lago profundo y calmado.—Tú —respo
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