El apartamento de Alexander, con su vista infinita al océano, se había transformado en un cuartel general de crisis. El reloj en la pared no era un accesorio; era el enemigo. Tenían menos de veinticuatro horas para preparar un Plan de Rescate Financiero y una Auditoría Forense que no solo detuviera la quiebra inminente de Blackwood Sterling, sino que también convenciera a un legalista septuagenario obsesionado con la probidad: el Dr. Elias Thorne.
Alexander había llamado a su antiguo equipo de analistas, un grupo de mentes brillantes que Julian había despedido por ser "demasiado agresivos". Habían regresado, no por lealtad a Julian, sino por fidelidad al estilo de Alexander y, francamente, por sed de venganza corporativa.
Michael Sterling, cansado pero con el alma aliviada de volver a una batalla con propósito, coordinaba la logística. Camila, la Dra. Blackwood, era el cerebro fiduciario. Su conocimiento íntimo del Fideicomiso de Conservación e Inversión (FCI) de su padre era su mejor