El avión aterrizó entre la niebla espesa de Boston. Afuera, el mundo parecía suspendido en blanco. El frío me golpeó el rostro apenas crucé la puerta del aeropuerto, pero no me importó. Había pasado días sin dormir, repasando una y otra vez cada palabra, cada gesto, cada segundo que me había separado de Alice. Y solo una idea me sostenía: no podía perderla.Mi madre caminaba a mi lado, con su elegancia habitual, aunque sus ojos revelaban el cansancio de ambos. —¿Estás seguro de que esto es lo correcto? —preguntó, mientras subíamos al auto que nos esperaba. —No hay nada más correcto que pedir perdón cuando uno ama de verdad Mamá , y yo amo a Alice demasiado.El trayecto hasta la casa de David fue silencioso. Las luces navideñas iluminaban las calles, los niños reían en las calles y por un momento sentí que la ciudad entera respiraba esperanza. Pero dentro de mí solo había ansiedad, una especie de vértigo.Cuando llegamos, David nos recibió en la puerta con una sonrisa serena. —Pasa,
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