Cuando llegamos hasta la recámara, el aire parecía más denso, como si cada uno de ellos lo cargara con su presencia.Pavel fue el primero en moverse cuando entramos, su mirada fija en mí con esa intensidad que me hacía contener el aliento. Se acercó con calma, sus dedos rozando la tela de mi vestido de novia como si analizara la mejor forma de deshacerse de él. No hubo prisa, no hubo palabras. Solo la sensación de su tacto recorriendo mis brazos, bajando con lentitud hasta mi cintura.—No tienes que temblar —murmuró con voz baja, aunque sabía que lo notaba.Pero ¿cómo no hacerlo? Frente a mí, cinco hombres altos, fuertes y marcados por el hielo, me observaban con una mezcla de posesión y hambre contenida. Me sentía atrapada en su red, como un pájaro que había caído en una tormenta de la que no podía escapar.Alexei fue el siguiente en moverse. Sus manos, más cálidas de lo que esperaba, se deslizaron por mis hombros, atrapando la delicada tela y deslizándola con lentitud. La seda resba
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