Las doncellas, a mi señal, regresaron con una reverencia, susurrando disculpas y reanudando la tarea de convertir a la Sanadora en la Luna. El espejo ahora reflejaba a una mujer renovada, con el rostro libre de lágrimas, la determinación brillando en mis ojos. El anillo de la realeza en mi dedo ya no se sentía como una cadena, sino como una armadura. Keyra estaba conmigo, y eso lo era todo.El vestido era de seda blanca, simple en su corte, pero opulento en su tejido, diseñado para una reina en un trono.Altea entró en mis aposentos, ya vestida con la formalidad de la realeza, acompañada por uno de los miembros más antiguos del Consejo. Su rostro no mostraba emoción, pero sus ojos me transmitieron una orden silenciosa: ser fuerte.Ella me tomó del brazo, guiándome al pasillo.—No estés tan nerviosa, querida. —Altea me susurró al oído, con un tono que era más una orden que un consuelo—. Debes sonreír. De lo contrario, el Consejo pensará que estás siendo obligada y nunca obtendrás su re
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