La lluvia aún no se había ido del todo. El cielo sobre Londres parecía un lienzo gris, difuminado, donde el sol apenas se atrevía a asomarse. El aire olía a humedad y asfalto, y dentro de la casa de los Rothwell reinaba un silencio denso, quebradizo, como si todos temieran respirar demasiado fuerte.Emma caminaba de un lado a otro por la cocina, intentando mantener la calma. Había preparado té, luego café, y finalmente decidió cocinar algo, aunque nadie parecía tener apetito. Cada sonido del reloj, cada crujido de la madera bajo sus pies, se sentía amplificado por la tensión.En el sofá, Liam permanecía con los codos apoyados sobre las rodillas, la cabeza entre las manos. No había pronunciado una palabra desde que llegaron del hospital. Violeta estaba arriba, dormida bajo la vigilancia de Evelyn, su nana, que había insistido en quedarse a su lado toda la noche.El silencio solo se rompía por el ruido tenue de los utensilios. Emma se obligaba a mantenerse ocupada, más que nada para no
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