El silencio se extendió en la habitación como una suave brisa que no sabía si traía calma o tormenta. La luz cálida de las lámparas se reflejaba sobre las flores que aún descansaban en la mesa, y Violeta, con el álbum cerrado entre sus manos, apenas podía sostener la mirada de Liam.Él dio un paso más hacia ella, y entonces, sin decir palabra, tomó sus manos. Sus dedos eran cálidos, seguros, pero su tacto tenía una delicadeza que la desarmó por completo.—Violeta —susurró, con una voz tan suave que apenas se distinguía entre el sonido lejano del viento—, sé que no tengo derecho a pedirte nada, pero necesito decirte algo.Ella lo miró, desconcertada. Su corazón comenzó a latir con fuerza.—No tienes que hacerlo —dijo, intentando apartar la mirada—. No es necesario.Pero él negó despacio, aún sosteniendo sus manos entre las suyas.—Sí, lo es. —Sus ojos la buscaron, intensos, sinceros—. Porque si no lo digo ahora, me voy a arrepentir el resto de mi vida.Violeta sintió cómo el aire se vo
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