El mundo de Valeria se desvaneció en un zumbido lejano. Las últimas palabras del juez resonaban como un martillazo en su cráneo, y luego, solo un vacío frío que se extendía desde el corazón hasta las piernas. No sintió el golpe contra el suelo. —¡Valeria! ¡Valeria! —La voz de Clara, aguda y desgarrada, le llegaba como desde el fondo de un pozo. Vio la cara pálida de su suegra, sus ojos llenos de pánico, y luego las luces del techo de la sala de vistas que se movían. Un murmullo de voces alarmadas la rodeó. Sentía que flotaba, que se ahogaba en una niebla espesa. —¡Necesitamos una ambulancia, ahora! —gritó Leo, sosteniendo su cabeza con manos temblorosas. Los paramédicos llegaron con prisas, abriéndose paso entre la gente. Mientras la subían con cuidado a la camilla, Clara, histérica, vio la mancha escarlata que empezaba a extenderse en la falda de su vestido, justo entre sus piernas. —¡Sangra! ¡Dios mío, está sangrando! —gritó, señalando con un dedo trémulo. El corazón se l
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