Una semana había pasado desde que Elías fue encarcelado. Para Valeria, esos días fueron un lento recuperarse del colapso y la amenaza de aborto. Permaneció ingresada tres días, y aunque ya estaba en casa, su vida era un cuidadoso equilibrio entre el reposo y la angustia.
Mauricio la llevaba en silla de ruedas a visitar a Gabriel, quien ahora estaba en una suite normal, liberado de la mayoría de los aparatos, pero aún sumido en un coma profundo. Los estudios mostraban actividad cerebral leve, una frágil brasa de vida que se aferraba en la quietud de su cuerpo. Verlo así, tan pálido y quieto, le partía el corazón a Valeria, pero también alimentaba su determinación.
En casa, Clara se había convertido en su guardiana personal, tomando el mando de la cocina con la firme misión de alimentar bien a Valeria y a su nieto en gestación. Cada bocado era un acto de amor y resistencia.
Una tarde, Valeria esperaba en el despacho de Elías, dirigiendo el viñedo Montenegro y su empresa Orbinex a