Ariel estaba en la sala, hojeando distraídamente una revista mientras su hija jugaba a su lado con un oso de peluche. Afuera, el sol caía lento, tiñendo de ámbar los muebles y las paredes. El día parecía tranquilo, pero Ariel no podía quitarse de la cabeza una preocupación que la había acompañado toda la mañana.Dejó la revista a un lado y tomó su teléfono. Miró el registro de llamadas: había intentado comunicarse varias veces con Carlos, su amigo y socio en la empresa, pero él no había respondido. Decidida, volvió a marcar su número.Al tercer timbrazo, Carlos contestó con una voz apresurada: —Hola, Ariel, ¿cómo estás? —Por fin contestas —dijo Ariel, dejando ver una pizca de reproche—. Llevo rato llamándote, Carlos. —Lo sé, he estado muy ocupado. ¿Qué sucede? —respondió Carlos, con tono cansado, pero sincero.Ariel respiró hondo antes de hablar, midiendo cada palabra: —Te llamo para advertirte. Tienes que cuidarte mucho, Carlos. Al parecer, Zeynep quiere sacarte de la empresa.Hubo u
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