La habitación del hospital, antes un santuario de alivio, se transformó en una sala de interrogatorios. El Agente Díaz, con su libreta de notas, y una mujer de rostro sereno que se presentó como la Psicóloga Elena Ramos, se sentaron a los pies de la cama. Adrián permaneció de pie en un rincón, cerca de la cabecera, su presencia era una silueta quieta y tensa, una fortaleza desde la cual Valeria podía, quizás, sacar valor.—Señorita Park, Valeria —comenzó la psicóloga, con una voz calmada que invitaba a la confianza—. Entendemos que es muy difícil. No tiene que apresurarse. Háblenos en sus propios términos. Cuéntenos lo que pueda recordar.Valeria cerró los ojos un momento, aferrándose a la sábana con sus dedos pálidos. Respiró hondo, y el dolor en sus costillas fue un recordatorio físico de por dónde debía comenzar.—Eran tres —empezó, su voz un susurro ronco—. Todos de negro, con capuchas. Entraron por la fuerza… estábamos viendo una película… —La imagen de Karla forcejeando le nubló
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