La pregunta de Adrián flotó en el aire gélido de la noche, congelando el tiempo.
—¿Ya pensaste en mi propuesta?.
Por un instante que se sintió eterno, dejé de sentirme como una simple subordinada que acataba órdenes minuto tras minuto. Ahora era una simple mujer sentada en una mesa de metal, con el estómago lleno de una pasta que ahora sentía como una pesada losa de complicidad. Se supone que esto era el mundo real, pero ahora toda regla y toda lógica se desvanecieron dejándome en este absurdo paralelo donde mi arrogante jefe me proponía matrimonio como si fuera una cláusula más en mi contrato. Un contrato que aún no he firmado.
Mi boca se abrió, pero lo que salió fue una risa corta y seca que me ardió en la garganta. ¿En serio me estaba preguntando eso aquí, entre envoltorios de comida italiana y el olor a gasolina? ¿Creía que una cena de veinte mil podía lavar el absurdo de esta situación?
Me levanté tan bruscamente que la silla chirrió contra el cemento con un sonido que me record