El silencio que siguió a la declaración de Olivia fue tan denso que pareció absorber todo el sonido de la ciudad que se vislumbraba tras los ventanales. Doce pares de ojos la escrutaban, midiendo la dimensión del desafío que acababa de lanzar sobre la pulida superficie de caoba. La viuda Pembrooke, con sus manos delicadas entrelazadas sobre la mesa, mantenía una expresión inescrutable, pero sus ojos, vivos e inteligentes, no se despegaban de Olivia.Fue Henderson, el hombre al que Alexander había humillado años atrás, quien rompió el hechizo. Su voz, áspera por el cigarro y el resentimiento, cortó el aire como un serrucho.—¿Y qué calificaciones tiene usted, señora Vance, para dirigir un proyecto de esta envergadura? —El título sonó como un insulto—. Perdóneme, pero un par de meses de… ¿lecciones de protocolo?… no equivalen a un MBA ni a experiencia en gestión hotelera.Era el ataque personal, el que buscaba minar su credibilidad antes de siquiera abordar la idea. Olivia, preparada, n
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