La limusina se trasladó con un ritmo suave y constante por las calles de Nueva York. Leonid viajaba en ella como un rey en su carruaje. Impecablemente ataviado con un traje oscuro de tres piezas. La tablet en sus manos y una posible decisión en la mente: contratar a su propia esposa como su asistente personal.
Nunca había dudado tanto al tomar una decisión como en ese momento. Valeria lo hacia dudar, no confiaba en ella, pero había demostrado que su trabajo era impecable. Sin embargo, necesitaba otra prueba fehaciente de su trabajo y para conseguirlo debía darle la oportunidad que necesitaba.
Tenía la cabeza hecha un lío.
La limusina se detuvo frente al ascensor privado de la Torre Volkov tal como lo hace a diario, hoy era diferente. Su mente estaba en otra parte. Leónid descendió sin mirar atrás, con el rostro tallado en mármol y la mente envuelta en una maraña de dudas, el aparato viaja a una velocidad vertiginosa, pero él no la siente dada la molestia que experimenta. El informe co