—Diles la verdad —repitió, su tono suave como seda, pero cargado de veneno—. Ahora. La respiración de la doctora se volvió un jadeo entrecortado. Sus ojos rebotaron entre Xylos, cuya expresión endurecida parecía hecha de piedra, y Vecka, que tenía la mano aún entrelazada con la de su alfa, los nudillos blancos por la tensión, y alrededor, el jardín entero permanecía en un silencio antinatural. Los lobos, los alfas invitados, incluso los vampiros que habían acompañado a Kaiser… nadie osaba moverse. Era como si el aire mismo contuviera la respiración. —Habla —gruñó Xylos, su voz grave, más ronca que nunca. No era una petición. Era una orden del rey alfa. Mirren tragó saliva, un sonido audible que parecía retumbar en todo el jardín. —L-la luna de Xylos no podía… ella no… —sollozó—. Sus óvulos estaban muertos. Vecka sintió que el mundo se le sacudía bajo los pies, Polaris, situada a un lado del altar, abrió los ojos como platos, Jasper dio un paso al frente, pero Kian lo sujet
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