La gala había dejado un eco de tensión que aún resonaba en la mansión a las afueras, donde Gabriela Rivera, Adrián, Flor, y León se habían atrincherado. El anuncio de Adrián sobre su boda, la aparición del agente federal Mateo Cruz, y la furia de Fernando al abandonar el salón habían encendido un fuego que no se apagaría fácilmente. Pero la noticia que llegó esa mañana, confirmada por un contacto de Mateo en la fiscalía, fue un golpe directo al pecho de Gabriela: Carla Vidal, la traidora que fingía lealtad mientras trabajaba para Fernando, estaba libre. El juez Ramírez, comprado por el dinero sucio de Fernando, había firmado su liberación. Gabriela se quedó mirando el mensaje en su teléfono, sus dedos apretando el borde del dispositivo hasta que los nudillos se le blanqueaban. El collar con el rastreador que Adrián le había dado colgaba contra su clavícula, un peso constante que le recordaba lo cerca que estaba el peligro.En la sala de operaciones improvisada, Flor trabajaba frente a
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