La mansión a las afueras, con sus muros reforzados y su silencio protector, había sido un refugio temporal, pero Gabriela Rivera sabía que no podía esconderse para siempre. La verdad sobre sus padres, el descubrimiento de la traición de Carla, el peso del collar con el rastreador que Adrián le había dado: todo la empujaba a actuar. No podía quedarse en las sombras mientras Fernando movía sus piezas, robando acciones, sobornando jueces, destruyendo vidas. Por eso organizó la gala benéfica para su fundación, un evento que atraería a los accionistas de Ápex, la prensa y, con suerte, las miradas que necesitaba para exponer a Fernando. La gala, bajo el lema “Máscaras de la Verdad”, sería su tablero, y ella estaba lista para jugar.La noche del evento, el salón de baile del Hotel Imperial relucía con luces de araña que arrojaban destellos dorados sobre los invitados. El aire olía a perfume caro y ambición, un contraste con el frío aroma a madera y café de la mansión. Gabriela, usaba un vest
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