CAPÍTULO — “El amigo que no sabía guardar distancia”
El silencio entre Samuel y ese desconocido era espeso, incómodo, casi eléctrico.
—¿Prometido? —repitió Julián Díaz, inmóvil—. ¿Qué prometido?
Lo dijo sin maldad, pero con esa risa suave de la gente que está demasiado acostumbrada a ser bienvenida en todas partes.
Y que jamás se imagina que puede estar incomodando a alguien.
—Victoria nunca me dijo que se había comprometido —añadió, con un tono casi burlón—. Perdón… pensé que era un chiste.
Chiste.
Broma.
Burla.
La mandíbula de Samuel se endureció como piedra.
Sintió la sangre subirle a las mejillas, caliente, como si lo hubieran tocado en su orgullo más profundo.
No gritó.
No perdió el control.
Samuel jamás perdía el control.
Su explosión fue interna… silenciosa… pero tan intensa que hasta respiró distinto.
—Soy Samuel Duarte —respondió con una voz grave que no admitía dudas—. La pareja de Vicky. Y gerente del Montaldo. ¿Quién la busca? ¿Qué necesitás?