CAPÍTULO — “El apellido que pesa”

El amanecer llegó demasiado rápido para ellos.

La luz entraba apenas por la ventana de la habitación de Samuel, tibia, como si tuviera pudor de irrumpir después de una noche que había cambiado todo. Victoria respiraba suave sobre su pecho, enredada en las sábanas blancas, con una expresión de paz que él no le había visto nunca.

Ella se movió un poco, buscando calor, y Samuel la atrajo con un brazo, aún medio dormido. Por un instante dejó que el mundo se quedara así: quieto, simple, perfecto.

Pero no duró.

El celular vibró sobre la mesita de noche, insistentemente.

Samuel abrió los ojos con fastidio, estiró el brazo para agarrarlo sin mover demasiado a Victoria… pero el mensaje no tenía sentido.

> “Señor Samuel. Tenés que venir.”

Frunció el ceño. A esa hora —6:40 de la mañana— nada debería requerirlo con tanta urgencia.

Victoria abrió los ojos despacito, con esa suavidad que lo derretía.

—¿Pasa algo? —susurró.

Él se giró hacia ella, acaricián