Capítulo — El detective y la ira del abuelo La noche había caído sobre la ciudad de Montevideo, pero en el despacho privado de Héctor Castro, el tiempo parecía detenido. La luz cálida de la lámpara caía sobre la madera oscura del escritorio, donde un vaso de whisky permanecía intacto, reflejando el temblor de sus dedos. El detective entró en silencio, dejando sobre la mesa una carpeta gruesa. El sonido seco al golpear la madera fue suficiente para que el viejo alzara la vista. —Está todo aquí, señor Castro —dijo el hombre, con voz contenida—. Nombre, dirección, trabajo, familia. Héctor tomó la carpeta con lentitud, como si temiera que el contenido lo quemara. Abrió la primera hoja y ahí estaba: Samuel Duarte. Fotos recientes, recortes de prensa, informes bancarios. Cada detalle de su vida expuesto, desmenuzado. —Gerente del Hotel Montaldo… —leyó en voz baja, con una mueca amarga—. El hotel de Ernesto Montaldo. Su mandíbula se tensó. Sus ojos grises, ya endurecidos por los años,
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