Eleanor aguardaba en la penumbra sagrada de la biblioteca, un refugio donde el silencio, poblado únicamente por el susurro de las páginas, parecía tejer un escudo a su alrededor contra el hilo de las sospechas. En sus manos, abierto sobre las rodillas como un devocionario profano, descansaba un volumen de poemas de Milton. Pero entre sus páginas, oculto en el pliegue del lomo, yacía un nuevo mensaje, escrito con una tinta que solo revelaba sus secretos bajo el calor de una llama, sellado con la marca invisible del Halcón. Cada palabra descifrada era un latido de adrenalina. Esa noche, lo vería de nuevo.El encuentro tuvo lugar lejos de la poesía y los tapices, en el vientre desolado de una casa abandonada en los límites más olvidados de la villa. Las ventanas, ciegas, estaban selladas con tablones podridos, y el aire, espeso, olía
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