Los días siguientes en Ashbourne Manor se volvieron una pesadilla de sutiles amenazas para Eleanor. Al principio, intentó convencerse de que eran imaginaciones suyas, producto de los nervios y el secreto que cargaba.
Pero los detalles se acumulaban: un criado que se demoraba inexplicablemente en recoger la bandeja del desayuno de su alcoba, sus ojos escudriñando los objetos personales sobre el tocador con excesivo interés; una doncella nueva que entraba sin ser llamada con la excusa de "airear las cortinas" justo cuando ella guardaba una carta; el cochero de la familia, un hombre normalmente despreocupado, que ahora insistía con persistencia inquietante en esperarla con el carruaje a la salida del sendero del bosque, incluso cuando su paseo era corto, trivial y claramente a pie.
Pero pronto, la incómoda sospecha s