A la mañana siguiente, Eleanor apenas había dormido. La vela consumida en la cómoda era testigo de sus desvelos, y sus pensamientos aún ardían con el recuerdo de Gabriel deslizándose por la ventana. El miedo y la exaltación la habían acompañado hasta el amanecer, trenzándose en una maraña de dudas y certezas igualmente dolorosas. Cada crujido de la vieja mansión había sido un presagio, cada sombra, la silueta de un espía imaginario. ¿Habría sido visto? ¿Los habrían seguido? La dulzura del beso robado se mezclaba ahora con la amarga hiel del peligro.Cuando descendió al salón principal, la encontró esperando una escena distinta: allí no estaba su madre, con sus suaves reprimendas y su ansiedad palpable, sino su padre. Lord Whitcombe, de pie junto al ventanal, contemplaba los campos bañados en neblina. Alto, de porte severo, las canas en sus sienes parecían resaltar aún más la dureza de su mirada. Era una estatua de autoridad, tallada en la tradición y el deber. El simple hecho de que l
Leer más