La advertencia de Alejandro todavía resonaba en los oídos de Camila cuando Samuel Duarte reapareció veinte minutos después, esta vez con dos copas de champagne y una sonrisa que probablemente había desarmar a cientos de mujeres antes que ella.—Pensé que podrías necesitar esto—, dijo, ofreciéndole una copa—. Estas galas pueden ser agotadoras cuando todos quieren un pedazo de tu tiempo.Camila aceptó la copa, consciente de que Alejandro estaba al otro lado del salón en una conversación con inversores japoneses, pero sus ojos seguían regresando a ella con una frecuencia que bordeaba lo obsesivo.—Es amable de tu parte, señor Duarte.—Samuel—, corrigió con suavidad, acercándose medio paso—. Y no es amabilidad. Es interés genuino. Hay algo en ti que me fascina, Camila. Esa transformación que todos est
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