Raymond la observó en silencio durante varios minutos. El rostro de Ámbar tenía una expresión que lo desarmó por completo. Había en sus ojos una súplica callada que lo invitaba a quedarse. Le estaba pidiendo que no se fuera, que permaneciera a su lado, y por un instante, Raymond casi cedió. Todo en él le pedía que se quedara.Sin embargo, al mismo tiempo, era consciente del riesgo. Sabía que si permanecía junto a ella, tan cerca, tan envuelto en esa atmósfera cálida, perdería el control que con tanto esfuerzo mantenía. Ya sentía el cuerpo encendido, el pulso acelerado, el miembro endurecido, y la sola idea de tenerla tan cerca lo impulsaba a querer más, a cruzar la línea que había tratado de respetar.No confiaba en su autocontrol esa noche; su deseo era demasiado evidente, demasiado fuerte, y temía no ser capaz de detenerse a tiempo. Si se quedaba, probablemente no podría resistir la tentación de ir más allá, de dejarse llevar por el impulso de tenerla, de sentir su piel, de dejar qu
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