Vidal frunció el ceño y dejó escapar una mueca de desagrado en cuanto escuchó las palabras de Layla. No le resultaba en absoluto agradable que alguien lo reconociera por aquel escándalo que había ocurrido durante el cumpleaños de Ámbar.
Aquel suceso había sido humillante y ampliamente difundido: todo el mundo se enteró de que él había engañado a su esposa con su propia hermana gemela. Esa mancha en su reputación seguía persiguiéndolo, y la sola mención de ese episodio le hervía la sangre. Peor aún, ahora todos sabían que la mujer a la que había traicionado estaba casada con Raymond Schubert, un hombre poderoso y respetado, lo que hacía que su caída fuera aún más vergonzosa.
Clavó la mirada en Layla, con expresión fría y endurecida. No entendía por qué ella se dirigía a él con tanta familiaridad ni por qué parecía tan cómoda tratándolo. Layla, sin apartar la vista, dio un paso más hacia el portón.
—¿Qué estás haciendo en mi casa, Vidal Benaroch? ¿A qué has venido? No me digas que vinis