C58: No te haré las cosas fáciles.
Después de escuchar las palabras de Ámbar, el rostro de Vidal se transformó. La molestia que lo sostenía hasta ese momento comenzó a desvanecerse, y en su lugar apareció una expresión de culpa y vergüenza.
No podía negarlo. Lo que ella había dicho era verdad. Recordaba perfectamente haberle dicho esas palabras a Alaska y lo había hecho con total conciencia. Aquella herida no podía borrarse.
Pensó que quizás Alaska había sido quien se lo contó a Ámbar solo para herirla, para ponerla en su contra, pero no podía mentir. No podía negarlo, porque sí había comprado aquellos vestidos para Alaska, y sí le había dicho que a ella se le veían mejor que a su esposa. Lo había hecho porque, en su mente retorcida por el deseo, Alaska representaba el reflejo imperfecto de la mujer que amaba: el mismo rostro, la misma voz, pero con una personalidad distinta.
A Ámbar la amaba por su serenidad, por su prudencia, por su elegancia reservada; mientras que Alaska lo seducía con su carácter más libre, más co