C54: Puedes irte.
Raymond la observó en silencio durante varios minutos. El rostro de Ámbar tenía una expresión que lo desarmó por completo. Había en sus ojos una súplica callada que lo invitaba a quedarse. Le estaba pidiendo que no se fuera, que permaneciera a su lado, y por un instante, Raymond casi cedió. Todo en él le pedía que se quedara.
Sin embargo, al mismo tiempo, era consciente del riesgo. Sabía que si permanecía junto a ella, tan cerca, tan envuelto en esa atmósfera cálida, perdería el control que con tanto esfuerzo mantenía. Ya sentía el cuerpo encendido, el pulso acelerado, el miembro endurecido, y la sola idea de tenerla tan cerca lo impulsaba a querer más, a cruzar la línea que había tratado de respetar.
No confiaba en su autocontrol esa noche; su deseo era demasiado evidente, demasiado fuerte, y temía no ser capaz de detenerse a tiempo. Si se quedaba, probablemente no podría resistir la tentación de ir más allá, de dejarse llevar por el impulso de tenerla, de sentir su piel, de dejar qu