Ámbar la miró con asombro. No podía creer lo que acababa de escuchar, que Vidal estuviese nuevamente frente a la mansión, buscándola a ella. Por un momento se quedó en silencio, atónita, sin saber cómo reaccionar ante la idea de que él hubiese regresado. El simple hecho de imaginarlo allí hizo que un escalofrío le recorriera la espalda.
Layla, al ver su expresión, entrecerró los ojos con burla.
—No puedo creer que tengas el descaro de hacer que tu exesposo venga hasta aquí para verte —señaló—. Sé perfectamente que él te engañó con tu hermana gemela. ¿Y ahora tú engañarás a Raymond? ¿Vas a traicionarlo con tu exesposo?
Ámbar apretó los labios y dejó escapar una ligera mueca de fastidio. No le sorprendía que Layla intentara provocarla, era lo que mejor sabía hacer. Sin embargo, su paciencia ya estaba agotada.
—Mira, puedes jugar con tu imaginación tanto como quieras, eres libre de hacerlo, pero eso no significa que sea la realidad. Mi esposo sabe perfectamente que yo jamás lo engañaría,