24. A solas.
Yo sabía que aquello era una muy mala idea, definitivamente, hoy absolutamente. Pero entonces no supe exactamente por qué me dejé dominar. Seguramente, lo que debía hacer era exigirle firmar los papeles y salir corriendo de ahí lo antes posible, antes de que algo saliera mal, antes de que Santiago, notando que en efecto mi cuerpo seguía percibiendo sus caricias — o, mejor dicho, anhelando las — , se aprovechara de aquello. No podía permitir que nada de eso sucediera.Pero mis piernas caminaron antes de que yo siquiera pudiera ordenarles que se detuvieran, así que di varios pasos al frente y luego me quedé quieta junto a la silla. Santiago sirvió una copa de champaña y me la ofreció. Mi mano se estiró hacia ella y, cuando la agarré, mis dedos rozaron los del hombre y aquello me produjo un escalofrío que me bajó por la columna. Se estaba comportando de una forma muy extraña, enterrando sus ojos en los míos, como si quisiera atravesarme con ellos, como si quisiera leer mi mente, com
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