28. Aliados encubiertos.
Sentí una extraña sensación de pánico que me invadió desde el centro del estómago y se extendió por todo mi cuerpo, pero de no haber sido porque mi mano derecha se veía aferrada al brazo de Máximo, muy seguramente hubiera caído al suelo. El hombre me miró de los pies a la cabeza, seguramente notando en mi mirada lo perturbada que estaba.
— No te preocupes — me dijo él con sinceridad — . Ambos estamos en la empresa por lo mismo, así que no debes sentirte ni avergonzada ni asustada. Veme como lo que soy: un aliado en tu lucha, en esta lucha que ahora es de todos.
Máximo lo saludó, dándole un fuerte apretón de manos. Yo no recordaba su nombre, imaginé que después se lo preguntaría a Máximo con un poco más de paciencia, pero de todas formas lo reconocía desde siempre: era uno de los antiguos socios de Santiago, ni siquiera de los nuevos socios que no conocía. Era de los antiguos. ¿Acaso había estado ahí todos esos años, traicionándolo o buscando cualquier detalle para poder hundir la co