La electricidad había vuelto, zumbando en las paredes con una normalidad artificial, pero la casa seguía fría. Los radiadores trabajaban a máxima potencia, luchando contra la humedad de la tormenta, pero el verdadero frío no venía de afuera. Venía de Lorenzo.Después de subir del cuarto de seguridad, después de secar a los niños y acostarlos de nuevo en sus camas con promesas susurradas de que los monstruos se habían ido, Lorenzo no se había ido a dormir.Aurora lo encontró en el vestíbulo principal. Se había duchado y cambiado, dejando atrás la ropa táctica mojada, pero no se había puesto la ropa de dormir. Llevaba unos vaqueros oscuros y una camiseta negra ajustada. Estaba sentado en uno de los sillones de cuero, inclinado hacia adelante, limpiando su arma.El movimiento era rítmico, casi hipnótico. Desarmar, limpiar, aceitar, armar. El clic metálico del cargador encajando en su sitio sonó como un hueso al romperse en el silencio de la madrugada.Aurora se quedó en el umbral, obser
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