Mi cuerpo aún se recuperaba lentamente del esfuerzo reciente; los músculos pesados y satisfechos me recordaban lo extenuada que estaba, aunque no me quejaba en absoluto. Estar así, entre ellos, era agotador y a la vez embriagador, una mezcla que no podía, ni quería, resistir. Acostada entre ambos, envuelta en un abrazo cálido que parecía hecho a medida para mí, sentía cómo sus manos recorrían mi espalda y mi cabeza con movimientos lentos y delicados. Cada roce era un cosquilleo reconfortante, un recordatorio silencioso de la seguridad y la cercanía que compartíamos. Cerré los ojos, dejándome arrullar por la sensación, dispuesta a permanecer así durante horas. Hasta que un pensamiento cruzó mi mente como un relámpago, rompiendo el trance de ensueño. Abrí los ojos de golpe, incorporándome en la cama, y ellos me miraron con curiosidad y un toque de preocupación. —¿Qué sucede, cariño? —pregunt
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